Llevamos un mes con esta asignatura: “Taller de Comunicación Oral”. Algunos compañeros ya han pasado por la palestra para que les evaluásemos como hablantes. “¿Controla su postura?” “¿Habla con un volumen adecuado?” “¿Nos mira mientras presenta el tema?”. Son preguntas a las que hemos tenido responder uno por uno mientras la persona trataba de defenderse con la mayor tranquilidad posible.
Es viernes, 2 de marzo. Son las 8:10 de la mañana y la persona sobre la tarima no es Asier. Hoy la clase no comienza con una exposición oral sobre aquel hecho personal que marcó a X o aquel viaje que decepcionó a Z. Hoy toca sesión especial de la mano de Mirari Pérez Gaztelu, médico foniatra.
Comienza con una presentación: “Buenos días, soy Mirari Pérez Gaztelu y soy médico foniatra”. La foniatría es una disciplina que, hasta su presentación, a nadie nos resultaba demasiado familiar. Todos mirábamos sin saber qué esperar; sin saber qué era lo que venía a contarnos. ¿Por qué destinar una sesión de esta asignatura a escuchar a una foniatra?
Empezó con un poco de historia, pero pronto pasó a la práctica. Nos mostró como la respiración, el entorno y el propio ritmo que llevamos en una conversación altera nuestra voz. Para demostrarlo, nos lanzó una pregunta a 15 de nosotros: “¿Podrías decirme cómo te llamas y de dónde eres?”. Mientras mis compañeros respondían, Mirari anotaba sus percepciones. Cuando todos acabaron, nos dijo: “De las 15 personas que han hablado, 9 tienen la voz perjudicada o no del todo cuidada”. Vaya. Sin tener conocimiento alguno sobre el tema yo sólo era capaz de distinguir cuál de mis compañeros me estaba ofreciendo una información que ya conocía y, sin embargo, una experta era capaz de detectar problemas vocales mínimos en a penas dos frases. Todos nos quedamos sorprendidos y con ganas de más.
Tras algún ejemplo más en los que tomamos parte, nos puso dos canciones; una en euskera y otra en castellano. Tratamos de identificar dónde erraban sus autores y porqué e hicimos un diagnóstico con los conocimientos que gracias a Mirari habíamos aprendido: “No respira correctamente entre frase y frase y se pierde vocalización” y “Está forzando la voz demasiado y eso podría suponer un problema a largo plazo”.
Antes de la explicación de Mirari, sabíamos que existían todo tipo de voces. Las que nos gustaban, las que no y las que nos eran indiferentes. Que todas tenían un timbre y un color especial. Asier siempre ha insistido: Todas las voces valen. Todas tienen potencial, pero hay que trabajarlo. Después de Mirari, supimos identificar mejor qué timbre era el adecuado y aprendimos dónde debíamos mirar para realmente ver el color. O al menos empezar a ser conscientes de cómo debíamos mirar. Es el arte de saber mirar para poder ver algo tan cotidiano como la voz. Es el arte de la foniatría.
Ane Gomez Pablos