¿Qué pensarían si les propusieran viajar al Renacimiento por un momento? Ante una situación de globalidad que lleva consigo una integración e interdependencia a todos los niveles en nuestra vida social (en la economía, política, comunicación, cultura, valores humanos…), el profesor de la Universidad de Deusto nos propone reflexionar para ser conscientes de dónde está cada uno.
José Ángel Achón (1962), Licenciado en Filosofía y Letras, y Doctor en Historia, nos cuenta cómo hemos pasado a olvidarnos de que el individuo ya no vive solo, sino con otros; y que estamos ante un individualismo “mal entendido” y “egoísta” que no sabe cómo actuar en cooperación. “Estar en la encrucijada. La cultura del renacimiento y los retos de la era global: un diálogo entre experiencias y expectativas” es el título del artículo leído en el acto de apertura del curso académico de la universidad. El profesor Achón es especialista en Historia de las ideas y del pensamiento político y ha centrado sus trabajos en la cultura política del País Vasco desde finales de la Edad Media hasta la actualidad.
¿Por qué el Renacimiento?
Primero, por una razón muy simple: ha sido la época en la que más he investigado y que mejor conozco. Y en segundo lugar, porque últimamente se viene hablando mucho sobre el Renacimiento como la época que se produce la primera globalización. Yo creo que no es exacto; que es exagerado. Globalización significa algo diferente a expansión internacional. Hay globalización cuando lo global forma un sistema único, y por tanto, todo es interdependiente; cuando quien forma el sistema es un estado-nación que, además, tiene una dimensión exterior, entonces hay internacionalización; son dos cosas totalmente diferentes.
Diferencia dos tipos de progreso denominados como expansión y globalización…
Una cosa es que la Humanidad llegase por primera vez a una concepción global del mundo, de la Tierra, que incluso fuese capaz de representarla en un mapa…; conceptualmente, ya cabía en la cabeza de la gente el conjunto, el planeta en el que vivimos. Eso si se produce en el Renacimiento, se genera un espacio externo al de mi vida habitual, natural y un espacio externo en el que es posible intercambiar productos, relacionarme con otros… Ese espacio influye en la vida local, sí, pero no la transforma. El fenómeno que vivimos hoy, que una decisión tomada en la otra punta del planeta afecta aquí al lado, eso no se ha producido todavía.
¿Hay algún paralelismo entre la situación que se vivió en el Renacimiento y la actual?
Yo creo que para salir de los problemas que tenemos actualmente, tenemos que refundar los valores humanistas. El Humanismo supone una creencia ciega en el ser humano y en sus capacidades. Incluso a pesar de todas las barbaridades que ha vivido la Historia, nos invita a seguir creyendo en que gracias a la racionalidad humana podemos hacer las cosas mejor. Se apoya en unos valores: unas formas de concebir qué es el ser humano, cuál es la relación con los Otros, cuáles son las formas de gobierno o de participación más deseables… y eso no puede ser lo mismo en una época que en otra. Tú puedes ser humanista tanto en el siglo XVI como en el XXI, pero los valores y los retos son diferentes. Y uno de nuestros problemas es que todavía al hablar de Humanismo, lo hacemos con el lenguaje y con las expectativas del siglo XVI.
¿Podríamos decir que en ese primer periodo el humanismo tenía una connotación más positiva que en esta segunda etapa de “globalización”?
Sin ninguna duda. Era un Humanismo muy optimista. Una de las cosas “positivas” del siglo XVI es que en el Renacimiento hay una confianza plena en las potencialidades del ser humano. Veníamos de una concepción medieval en la cual los seres humanos estaban predestinados por Dios, y pasamos a una época en la que sin dejar de ser cristianos, la gente empieza a pensar que evidentemente, Dios está ahí, pero que nos ha creado con una capacidad racional para algo. Es un momento de expansión, y de expansión también de esa confianza. Ahora es diferente: hemos dominado el planeta, pero a costa de crear un potencial atómico capaz de destruirlo, de generar más guerras de las que había antes, de aumentar la brecha entre ricos y pobres… Nuestra confianza en el ser humano ha disminuido hasta el punto de que te puedes encontrar con más de un libro que nos habla del fin del Humanismo, de la imposibilidad del Humanismo.
En el artículo cuenta que en la actualidad se produce “una explosión hacia dentro”… ¿qué ha querido decir con esa expresión?
El siglo XVI es como una explosión. Estás en Europa y ésta se extiende, como una mancha, y va llevando su cultura a todo el mundo. Ahora, sin embargo, ocurre lo contrario. El mundo entero viene a nosotros. Se contrae, y de repente, lo que ocurre en cualquier punto del mundo afecta aquí. Así que la imagen es la contraria a la del XVI: nosotros no nos expandimos hacia fuera, sino al revés; el mundo se nos viene encima. De hecho, es muy curioso que Europa en el siglo XVI, la Cristiandad, se empieza a dividir hasta llegar al mundo de los estados nación que hemos conocido nosotros. Y mientras se está dividiendo internamente, se expande hacia fuera. Y lo que está pasando hoy es exactamente lo contrario; nos queremos unir como Europa y sin embargo, es el mundo el que se nos viene encima. Parece que todo nos impacta: los países emergentes, la inmigración, la interdependencia, las multinacionales… ahora todo afecta a mi vida local.
Dice que la sociedad se ha desencantado de la política y la cultura. ¿No será que nos están obligando a desencantarnos?
Esa suele ser la excusa fácil, pero cuando hablamos en impersonal, “el sistema”, “el mercado”, hay que reflexionar. Por ejemplo, “el mercado” somos nosotros. El mercado identifica como “bueno” lo que a la gente le parece útil (aunque no sea realmente necesario). Entonces, el mercado dice: “es bueno, si es útil”. ¿Queremos cambiarlo? Empecemos por nosotros mismos. Lo mismo ocurre con “la política”. A veces, puede que seamos demasiado conformistas o resulta que en el fondo no queremos dejar de ser lo que somos: consumidores, consumidores de lujo. Vivimos bien, y además, tenemos libertad de expresión, protestamos… La reflexión de fondo tiene que empezar por la autocrítica. Por eso, en algún momento de la lección digo que es necesario pensar hacia dentro, reflexionar, ser consciente de dónde está uno.
¿Cree que la política, entonces, es una de las herramientas que ayudará a adaptar el Humanismo a nuestros tiempos?
Tal y como está hoy la política, el cuerpo me pide decirte que no, pero pienso que sí. No solamente pienso que debería ayudar, sino que creo que es imprescindible. Los grandes males que están pasando tienen que ver con el desprestigio de la política. La política es el arte que hemos inventado para solucionar nuestros problemas o para civilizarlos, por lo menos. Si perdemos eso, hemos perdido cualquier posibilidad de solucionar nuestros temas por una vía mínimamente democrática y participativa. Veo que hay gente muy crítica con la política actual y que pide despolitizar la sociedad, y sin embargo, luego pide más democracia… Es una contradicción; si no hay política, es imposible que haya democracia. Primero, viene la convicción de querer resolver las cosas políticamente. Si queremos que eso sea así, tenemos que apostar por la política. Eso sí, si no nos gusta cómo se está desarrollando, la querremos mejorar; ahí es donde, quizás, eche en falta más posibilidades de participación.
¿Se puede hablar de Humanismo en una era o tiempos en los que el hombre es cada vez más egoísta e individualista?
Hace más falta que nunca. Gracias al individualismo, tenemos los derechos humanos, no nos olvidemos. Y gracias al individualismo, hoy decimos cosas como que todos los individuos deben ser iguales ante la ley independientemente de la raza, el sexo, etc. Antes no existían esas concepciones, era un mundo de roles y jerarquías, y por tanto ni se planteaba el problema de la desigualdad. No teníamos el concepto del individuo que debe autorrealizarse en la vida y tener un proyecto personal. Por lo tanto, pienso que el individualismo y el humanismo son compatibles. Otra cosa es que, sin darnos cuenta, hayamos cruzado la frontera que separa el individualismo –la creencia en el potencial del individuo– del egoísmo. Hemos pasado de darnos cuenta de que el individuo es la base de la sociedad y centrarnos en él, a olvidarnos de que el individuo vive con otros. Se puede decir que hemos caído en un individualismo mal entendido, egoísta y muy poco dado a la cooperación.
Dicho todo esto y haciendo referencia al título de su artículo, ¿qué es lo que está en la encrucijada? ¿El ser humano? ¿Tal vez, el Humanismo?
Nosotros. Cada uno de nosotros. El título alude a un ser humano que realmente cae en la cuenta de que es libre, y ser libre significa también tener la responsabilidad de decidir en cada momento. Estamos en un momento de mucho despiste: sí, también la sociedad está en una encrucijada de caminos que no sabe muy bien a dónde dirigirse y qué camino tomar. Pero lo realmente importante es que cada uno de nosotros piense que ser libre es estar en una encrucijada y atreverse a decidir. Uno es libre porque tiene posibilidad de elegir, pero también la responsabilidad.
¿Algo que le gustaría añadir?
Sí, quizá, que estamos en una sociedad en la que parece que toda solución pasa por todo lo que sea nuevo, lo cual, lógicamente, tiene su parte de razón: necesitamos innovar. Cuando se quiere innovar hay que ser muy consciente de qué es lo que se quiere innovar y por qué. Me llama la atención que la gente no reflexione sobre las “razones para cambiar” y solamente reflexione sobre el “modo de innovar”. No oigo nunca hablar de experiencia. Insisto en el paralelismo con lo personal; cuando en tu vida personal quieres tomar una decisión importante (a nivel personal o profesional) no es que esa decisión tenga que venir predeterminada por lo que yo he hecho en el pasado, pero no la puedes hacer sin reconsiderar tu experiencia. Socialmente, sin embargo, no ocurre lo mismo.