Los periodistas tienen “la misión de hacer visible lo que no se quiere que se vea y contar lo que se quiere que se calle”, señala la reportera Rosa María Calaf. Se debe “proporcionar la información necesaria para que la ciudadanía se pueda formar una opinión rigurosa, sustentada en argumentos y datos, y así la opinión posterior será libre”. Pero la verdad “no siempre está en la mitad aritmética entre las dos esquinas”. Y añade la periodista, “tampoco la verdad es siempre blanca o negra. En este país estamos demasiado acostumbrados a los maximalismos”.
Es un placer tener la posibilidad de compartir un rato con Rosa María Calaf, charlando de su vida y de su forma de entender la profesión de la información. La que fuera corresponsal de TVE durante casi tres décadas nos visitó el pasado 24 de abril para presentar el documental que ha dirigido Víctor López, La Calaf, intermediaria de guardia. Durante casi una hora de duración, se recorren los momentos más personales, pero también los principios que han inspirado a esta reportera catalana durante toda su vida. En el coloquio posterior organizado por el Grado de Comunicación de la Universidad de Deusto y el Colegio Vasco de Periodistas en la Sala Arrupe de Donostia, Calaf, desgranó todas las etapas de su vida, y charló con los asistentes con su habitual cercanía y cordialidad.
Desde mediados de los años setenta del pasado siglo, desde las corresponsalías de RTVE en Nueva York, Moscú, Buenos Aires, Roma, Viena o Hong Kong, la periodista imprimió su impronta y trasladó la idea de que para informar de un país hay que explicar principalmente cómo vive, qué piensa y qué le preocupa a su gente. Durante su periplo profesional también tuvo la oportunidad de ser una de las fundadoras de la Televisión de Catalunya (TV3) y, de vuelta a Televisión Española, visibilizar un estilo propio, con una personalidad muy marcada, siendo una de las primeras mujeres a las que se le encomendaban algunas de las tareas que asumió.
Uno de los rasgos que ha caracterizado a Rosa María Calaf es su faceta de pionera de muchas cosas. Porque siempre le enseñaron a ser lo que quisiera ser, a no sucumbir a las presiones sociales de la época: entrar en la universidad, viajar, postularse a desempeños que estaban reservados para los hombres… Desde muy joven, a pesar de las dificultades de aquel entonces para salir del país, tuvo una inquietud innata por viajar, por conocer lo que había en el exterior. También experimentó lo que suponía decir “no” a una propuesta del carismático Balbín para dirigir y presentar el Telediario 3 de medianoche, a pesar de las muchas recomendaciones que había recibido para que no lo rechazara. O de recorrer las calles de Barcelona como una reportera –impensable entonces para una mujer– preguntando, micrófono en mano, a los viandantes sobre distintas temáticas.
La primera gran etapa como corresponsal se inicia en Nueva York, junto a Diego Carcedo. De forma novedosa y ahondando en los problemas que estaban viviendo los estadounidenses en ese momento, es testigo de la llegada del actor Ronald Reagan a la Casa Blanca o de la paulatina expansión del sida por todo el continente americano. La mirada que muestra Calaf es más social, mientras que Carcedo se centra en lo político. Era un momento en el que el espectáculo estaba entrando de lleno en la política a través de la televisión. Por ello, la periodista empieza a percibir que, a pesar de la creciente tecnología y de los sofisticados instrumentos, “el compromiso periodístico debe venir de una auténtica revolución humanística en la que se debe colocar en el centro a la persona”. Un compromiso asociado a la veracidad. Como alguna periodista de la CNN ha señalado en cierta ocasión, es preferible la veracidad antes que ser neutral.
Para Calaf, la profesión de la información está vinculada a los derechos humanos. Una periodista no puede ser una activista de una causa concreta, pero sí debe ser una activista de los derechos humanos. Hay países, como la Unión Soviética en la que vivió varios años, en los que escasea la información. Y otros, como los Estados Unidos, en los que la información es muy abundante, pero muy pobre o distorsionada. Ninguno de los dos escenarios es el ideal. La libertad de expresión debe ser un termómetro para medir la salud de la información en cada país, “pero libertad de expresión no quiere decir que lo podemos contar todo, porque igual estamos poniendo en riesgo la vida de terceras personas”.
Fueron innumerables los episodios vitales que la Calaf recorrió en la conversación. Un itinerario que ha transcurrido más tiempo fuera, que cerca de su casa en Banyeres del Penedés. Su pasaporte lleva el sello de 183 países, no por haber hecho una breve escala en muchos de ellos, sino por haberlos pisado y conocido de primera mano. Una mujer, apasionada por la profesión, que ha ejercido durante décadas y que todavía hoy, por ejemplo, le hace sentir pena por no haber estado presente en la caída del Muro de Berlín en 1989. Al finalizar, agradeció la edición de este documental, ya que, como señaló, “en este país somos muy dados al reconocimiento póstumo y no ha sido necesario que me haya tenido que morir para que hicieran algo así y os haya podido dar las gracias en persona”.
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