Por Rogelio Fernández y Arantza Echaniz
Ha muerto quien para muchos era un buen amigo en la uni. Un buen hombre, un buen tipo, un buen profesor… De él aprendimos muchas cosas de la profesión y de la vida. Viajamos con él y volveríamos a hacerlo mañana porque era un buen compañero de viaje. Fumador empedernido, algunos compartimos durante años cigarritos en los sitios más peregrinos, y con los tiempos más cambiantes. También compartimos investigaciones, comidas, alumnos, reuniones, proyectos, y lo que es más importante, compartimos amigos. Compartimos ideas políticas, la forma de entender la empresa, conferencias, congresos, jefes y colegas, programas de televisión, clases, el sentido de la persona… bueno, ahí quizás discrepábamos algo más, como en otras mil cuestiones… ¡Cómo discutía sobre el paradigma de la Inteligencia emocional o la Responsabilidad Social! ¡Con qué vehemencia!
No era una persona fácil, pregúntenles a sus alumnos de la asignatura de “Psicología” a quienes les aterraba su imperturbable índice de suspensos, pero de quién se puede decir que es fácil. Iñaki era una persona ilustrada, con las ideas de igualdad, libertad y fraternidad muy arraigadas. Era brillante en lo académico y lo personal. Más allá de todo esto, dejaba huella y un grato recuerdo. Ante todo, era una persona buena, con un corazón que de tan grande que lo tenía le estalló en el pecho.